Este escrito corresponde a la charla dada por Fray Tony el 15/7/11 en la Escuela de Dirigentes del MCC de San Martín. La misma estuvo basada en el evangelio de San Lucas 24,13-35 "Los discípulos de Emaús"
Lectura del Santo Evangelio Según San Lucas
Ese mismo día, el primero de la semana, dos de los discípulos iban a un pequeño pueblo
llamado Emaús, situado a unos diez kilómetros de Jerusalén.
En
el camino hablaban sobre lo que había ocurrido.
Mientras
conversaban y discutían, el mismo Jesús se
acercó y siguió caminando con ellos.
Pero
algo impedía que sus ojo lo reconocieran.
El
les dijo: «¿Qué comentaban por el camino?». Ellos se detuvieron, con el
semblante triste,y uno de ellos, llamado Cleofás, le respondió: «¡Tú eres el
único forastero en Jerusalén que ignora lo que pasó en estos días!».
«¿Qué
cosa?», les preguntó. Ellos respondieron: «Lo referente a Jesús, el Nazareno,
que fue un profeta poderoso en obras y en palabras delante de Dios y de todo el
pueblo,y cómo nuestros sumos sacerdotes y nuestros jefes lo entregaron para ser
condenado a muerte y lo crucificaron.
Nosotros
esperábamos que fuera él quien librara a Israel. Pero a todo esto ya van tres
días que sucedieron estas cosas.
Es
verdad que algunas mujeres que están con nosotros nos han desconcertado: ellas
fueron de madrugada al sepulcro y al no hallar el cuerpo de Jesús, volvieron
diciendo que se les había aparecido unos ángeles, asegurándoles que él está
vivo.
Algunos
de los nuestros fueron al sepulcro y encontraron todo como las mujeres habían
dicho. Pero a él no lo vieron».
Jesús
les dijo: «¡Hombres duros de entendimiento, cómo les cuesta creer todo lo que
anunciaron los profetas!
¿No
será necesario que el Mesías soportara esos sufrimientos para entrar en su
gloria?»
Y comenzando por Moisés y continuando en todas las
Escrituras lo que se refería a él.
Cuando
llegaron cerca del pueblo adonde iban, Jesús hizo ademán de seguir adelante.
Pero
ellos le insistieron: «Quédate con nosotros, porque ya es tarde y el día se
acaba». El entró y se quedó con ellos.
Y estando a la mesa, tomó el pan y pronunció la bendición;
luego lo partió y se lo dio.
Entonces
los ojos de los discípulos se abrieron y lo reconocieron, pero él había
desaparecido de su vista. Y se decían: «¿No ardía acaso nuestro corazón,
mientras nos hablaba en el camino y nos explicaba las Escrituras?».
En
ese mismo momento, se pusieron en camino
y regresaron a Jerusalén. Allí encontraron reunidos
a los Once y a los demás de la comunidad que estaban con ellos, y estos
les dijeron: «Es verdad, ¡el Señor ha resucitado y se apareció a Simón!».
Ellos, por su parte, contaron lo que les había pasado en el camino y cómo lo
habían reconocido al partir el pan.
LA PEDAGOGÍA DEL CAMINO
Ninguna
palabra más significativa y apropiada para definir la vida humana como la de camino. Ella indica un punto de partida,
una meta hacia la cual nos encaminamos y un trayecto más o menos largo que
recorrer.
Día
a día, paso a paso, vamos avanzando hacia aquello que se ha constituido en el
sentido y la meta de la existencia. Al comparar la vida con un camino y con el
caminar encontramos tres componentes: saber dónde estamos, en qué situación nos
encontramos, en qué realidad y contexto vivimos. Pero no basta. Esto sería muy
estático; nos quedaríamos quietos. Necesitamos proponernos metas, ideales,
utopías por alcanzar. Pero, además, se requiere el esfuerzo cotidiano, la
constancia, la perseverancia, la voluntad de ir siempre adelante..
El
camino no está hecho, se hace paso a paso, abriendo brecha entre dificultades y
marañas, que no nos quieren dejar avanzar. Requiere iniciativa, audacia,
creatividad. El camino de nuestra vida se va haciendo al andar.
Caminante, son tus huellas
el camino, y nada más;
caminante, no hay camino,
se hace camino al andar.
Al andar se hace camino
y al volver la vista atrás
se ve la senda que nunca
se ha de volver a pisar.
Caminante, no hay camino,
sino estelas en el mar.
Antonio Machado
El
camino es, además, el mejor símbolo de la experiencia de la fe.
Abraham, el Padre en la fe, escuchó la llamada de Dios, y se puso en camino, “esperando contra toda esperanza.” (Rm 4,18), en
búsqueda de la tierra que le daría Dios como herencia.
El
pueblo hebreo, llamado por Dios a la libertad y guiado por Moisés, salió de la
tierra de la esclavitud y se puso en
Exodo hacia la tierra prometida que le sería dada como heredad.
Los
primeros cristianos recibieron el nombre de “seguidores del camino” (Hch 9,2), trazado por Jesús como vocación
y proyecto de vida, del Camino que es El mismo, “el Camino, la Verdad y la Vida.” (Jn 14,6); “El es el origen, el camino y la meta de
todo el universo” (Rm 11,35).
No
es de extrañar, más aún, nada mejor que descubrir en el relato de los discípulos en el camino de Emaús el
más hermoso y significativo paradigma de la pedagogía de Jesús en acción, hasta
el punto que podemos llamarla, con toda razón, “la pedagogía del camino”. Este relato es uno de los episodios más
hermosos dentro de los relatos pascuales; se trata de un texto sumamente
elaborado redaccionalmente y muy característico dentro de la teología lucana.
Vamos
a acercarnos al relato para reconocer en él la dinámica del itinerario
pedagógico de Jesús, llegando a ser el paradigma de la educación cristiana.
LA REALIDAD - LA EXPERIENCIA
1.
“Aquel mismo día iban de camino dos
discípulos a un pueblo llamado Emaús, que distaba sesenta estadios de
Jerusalén, y conversaban entre sí sobre todo lo que había pasado....y ellos se
pararon con aire entristecido”. (Lc 24,13-14.17).
Dos personas
que formaban parte de los que seguían a Jesús, del grupo de sus
discípulos, se alejan de Jerusalén y se dirigen a Emaús, una pequeña aldea
distante unos treinta kilómetros de la ciudad santa. Se trata probablemente de
una pareja que regresar a su pueblo de origen. El hombre se llama Cleofás
(v.18); la otra persona parecería ser su mujer ya que por Juan 19,25, sabemos que, junto a la cruz,
estaban, la madre de Jesús, la hermana
de su madre, María, mujer de Clopás (Cleofás), y María Magdalena. Parecería que
eran personas muy conocidas en la comunidad de Jerusalén, por el hecho de ser
designadas por su nombre.
“Ellos conversaban y discutían sobre todo lo que había acontecido”(vv.
14-15).
Conversan y discuten sobre lo que ha sucedido en
Jerusalén y lo que han experimentado. Por lo que ellos inmediatamente narran,
sabemos de qué acontecimiento se trata: “Lo de Jesús de Nazareth, que fue un
profeta poderoso en obras y palabras delante de Dios y de todo el pueblo; cómo
nuestros sumos sacerdotes y magistrados le condenaron a muerte y le
crucificaron.....y ya han pasado tres días que esto sucedió. El caso es que
algunas mujeres de las nuestras nos han sobresaltado, porque, fueron de
madrugada al sepulcro, y, al no hallar su cuerpo, vinieron diciendo que hasta
habían visto una aparición de ángeles, que decían que él vivía. Fueron también
algunos de los nuestros al sepulcro y lo hallaron tal como las mujeres habían
dicho, pero a él no lo vieron.”(vv.19-24).
Hay un hecho y un contexto que motivan esta salida
de Jerusalén: la crucifixión de Jesús, su Maestro a quien habían seguido. Una vez que Jesús fue
preso, ”todos abandonándole huyeron” (Mc 14,50) y “unos se encerraron en un
lugar por miedo a los judíos” (Jn 20,19).
El Maestro estaba muerto y ellos tenían miedo de que les sucediera lo
mismo. La muerte de Jesús había acabado con todas sus ilusiones y esperanzas: “Nosotros
esperábamos que sería él el que iba a librar a Israel; pero con todas estas
cosas, llevamos ya tres días desde que esto pasó.”(v. 21). La muerte de Jesús
había marcado el final de todo.
Miedo, desesperanza y sensación de fracaso es la
razón de su tristeza. Ellos están huyendo de Jerusalén. Para ellos todo había
terminado y además podían correr la misma suerte de Jesús. Huyen de Jerusalén
porque en ella están los poderes que matan: el Imperio Romano y el sistema de
opresión judío, el sistema religioso,
político y jurídico que se vio amenazado por la predicación y la acción de
Jesús, y también esta la opinión pública que, manipulada por los sumos
sacerdotes y los grupos de fariseos y los escribas se habían puesto en contra
de Jesús y había pedido su muerte. Estas
fuerzas continuaban vivas, y eran una amenaza para el grupo que apoyaba y seguía
a Jesús. Ellos huyen y se esconden. Se encuentran ante una situación de muerte,
de desvanecimiento de todas sus esperanzas y de amenaza para sus vidas.
La causa de Jesús
ha terminado en la cruz; ya no tiene sentido seguir luchando. Triunfó la
sin razón de los poderosos. Buscaban cómo quitarlo de en medio y lo lograron;
les quedaba ahora acabar con los últimos
vestigios. Por eso huyen, para refugiarse en Emaús. Ya lo había anunciado
Jesús, evocando al profeta: “Heriré al pastor y se dispersarán las ovejas.”
(Mc 14,28; Za 13,7).
Esta situación no les permite creer las pequeñas
señales de esperanza. No dan crédito a las mujeres que recibieron el mensaje de
que Jesús estaba vivo. Están desanimados y sin esperanza. Parece más realista
tener los pies sobre la tierra y no creer en ilusiones. Son personas sumidas en
la desesperanza, sin horizonte de fe.
Hay una realidad, unos hechos y una experiencia en
el comienzo de este itinerario pedagógico: la situación de muerte, la cruz, a la cual había sido
condenado Jesús, el Maestro y a quien habían considerado como el Mesías. Está la realidad de un sistema de
poder económico, político ideológico y religioso que no aceptó ser cuestionado
por el Profeta de Nazareth, y por eso decidieron quitarlo de en medio,
condenándolo a la pena de muerte más ignominiosa y cruel que se aplicaba a los
insurrectos contra el Imperio romano. Y finalmente estaba el impacto que dicha realidad y los hechos
habían causado en el corazón y el ánimo de sus discípulos: miedo, frustración,
experiencia de fracaso. El fatalismo se había apoderado de los discípulos de
Jesús. Todo había terminado. Se encuentran atribulados en medio del camino.
En esta realidad y a partir de estos hechos y
sentimientos en la conciencia de los
discípulos comienza el proceso pedagógico de Jesús..
Hoy se habla del “fin de la historia”, de “la
muerte de las utopías”, “del colapso de los paradigmas”, ante la implantación
del modelo único neoliberal de la economía de mercado total, y la imposición
por la fuerza del poderío del Imperio Norteamericano como única alternativa
posible y viable para el la humanidad en el siglo XXI. En el mundo unipolar,
norcéntrico, o mejor americanocéntrico, que se está imponiendo desde arriba, no
cabría otra actitud que la del “realismo pragmático”, la de aceptarlo
resignadamente, porque no hay de otra.. El imperio de la muerte y de la
exclusión parecería ser el único futuro,
o mejor, no-futuro para la humanidad. Aceptar, resignarse, o quedar fuera.
La pedagogía de Jesús comienza en una situación y
realidad de muerte y intimidación y desde unas conciencias aprisionadas por el miedo y la sensación de
fracaso. La pedagogía de Jesús se ubica dentro
de la realidad, de los hechos, y parte de la experiencia que las personas tienen de esa
situación. Ese es su lugar educativo primordial, y desde esa situación inicia
el camino pedagógico. Ayuda a comprender la realidad y a reavivar los ánimos de las personas. No
se trata sólo de una realidad objetiva,
los hechos de vida, sino también la manera como es percibida e incide dicha
realidad en la conciencia de las
personas.
Podríamos denominar la pedagogía de Jesús, a partir de este
primer momento, como la pedagogía desde y sobre la realidad, la pedagogía de la
vida, la pedagogía de la experiencia.
EL ENCUENTRO, LA PREGUNTA, LA ESCUCHA, EL DIÁLOGO
“Mientras ellos conversaban y discutían, el mismo
Jesús se acercó y siguió con ellos; pero sus ojos estaban retenidos para que no
le conocieran. El les dijo: “¿De qué discutís entre vosotros mientras vais andando?”
Ellos se pararon con aire entristecido.
Uno de ellos llamado Cleofás le respondió: “¡Eres
tú el único residente en Jerusalén que no sabes las cosas que estos días han
pasado en ella?” El les dijo: “¡Qué cosas?” (vv. 15–18).
Los dos discípulos conversaban y discutían sobre
lo que acaba de pasar. No les cabía en la mente que todo hubiese acabado de esa
manera y que en tan poco tiempo todo se
hubiese desplomado. Buscaban alguna explicación razonable; no se ponían de
acuerdo; no la encontraban. Una vez más había triunfado la sin razón de los
poderosos; se había impuesto la lógica del poder. Habían eliminado al justo, al
inocente. Sus ojos estaban enceguecidos por el fatalismo. Una vez más el que triunfa es el poderoso, son los
impíos.
Un desconocido, o mejor un conocido no reconocido
a causa de las circunstancias, se aproxima a ellos y anda con ellos por un buen
trecho haciéndose compañero de camino. Por un buen tiempo no hace otra cosa que
escuchar lo que conversan y discuten. Sólo después de esta escucha silenciosa
les hace una pregunta, que por lo que dice da la impresión de que entendía muy poco o casi nada lo que estaban
hablando: “¿De qué discutís entre vosotros mientras vais andando?”
La pregunta es contestada con otra pregunta,
iniciándose un verdadero diálogo en el intercambio de percepciones e
interpretaciones sobre la realidad en
cuestión. Pero el diálogo se inicia con
la escucha y la pregunta, una pregunta que es motivadora y abre el espacio para
la interlocución: “¡Eres tú el único residente en Jerusalén que no sabes las
cosas que estos días han pasado en ella?”
Es interesante constatar que quien se acerca y les
pregunta es el mismo Jesús, el crucificado, quien ha padecido aquello de lo que
están hablando. Sin embargo no se queda ahí, sino que les contesta haciéndoles
otra pregunta que los lleve a hablar: “¿Qué cosas?”.
El punto de partida y el contenido mismo en la
pedagogía de Jesús es la realidad; el no llega con un discurso ya hecho ajeno a
sus problemas y preocupaciones. Lo primero que hace Jesús es caminar con los
dos discípulos, estar cerca de ellos, involucrarse en su problemática,
preguntarles sobre sus preocupaciones, escuchar, aprender a escuchar y hacer el camino juntos.
Aquí encontramos otro rasgo de la pedagogía de
Jesús. Jesús sabe en carne propia lo que
sucedió; los discípulos también lo saben. Sin embargo no basta saber lo
sucedido; cada persona tiene una percepción distinta, una comprensión propia,
diferente del hecho, según la experiencia y la implicación que ha tenido en él.
El hecho en sí nunca está desvinculado de lo que significa para cada persona. Todo conocimiento es una
interpretación, una hermenéutica de la realidad. Jesús quiere saber cómo las otras
personas experimentan y vivencian el
acontecimiento. Las distintas personas pueden tener diversas percepciones e
interpretaciones sobre un mismo hecho, y le pueden dar un sentido diferente. Desde ahí Jesús, como
Maestro, les ayuda a descubrir y encontrar otro sentido. En un
proceso de diálogo es necesario escuchar al otro, conocer su punto de vista,
partir del saber, del pensar y del sentir del otro, para que se entable aun
auténtico diálogo de saberes y de sentires. Es necesario conocer el modo de ver
la realidad que tienen mis interlocutores. No se trata de un simple truco
didáctico, hacerse el que no sabe, para enganchar el diálogo. No!
De ahí
brota la pregunta: ”¿Qué cosas?” (v.19) No se trata de competir con los
dos discípulos para saber quien sabe más. De lo que se trata es saber cómo
ellos saben y perciben los hechos; percatarse
de cuál es el problema real que llevan por dentro. Esta pregunta desencadena una larga respuesta
en la que se revela toda la percepción que tienen del acaecido: Comienzan
diciendo quién era Jesús para ellos: “Lo de Jesús de Nazareth, que fue un
profeta poderoso en obras y en palabras delante de Dios y de todo el pueblo”.
(v.19). Luego narran el hecho de la muerte de Jesús, pero también dicen quienes
son los responsables: “cómo nuestros sumos sacerdotes y magistrados le condenaron
a muerte y le crucificaron”; (v.20) el poder religioso y político es el
causante de este crimen.
Y en la respuesta también dejan ver con claridad
lo que ellos esperaban de Jesús de Nazareth y el porqué de su frustración:
“Nosotros esperábamos que sería él el que iba a librar a Israel; pero con todas
estas cosas, llevamos ya tres días desde que esto pasó.” (v.21). Al mismo tiempo expresan su
perplejidad y desconcierto ante las
noticias que dieron algunas mujeres del grupo que al ir temprano al sepulcro
tuvieron una visión de ángeles que les anunciaron que El estaba vivo y cómo
algunos discípulos habían ido al sepulcro y lo encontraron vacío, pero que a
Jesús no lo habían visto.
A partir de ahí, de la escucha y la pregunta,
Jesús sí puede entablar y proseguir el diálogo. Ahí se desarrolla la pedagogía
de Jesús: aproximarse, caminar junto a ellos un buen trayecto de camino,
escuchando atentamente antes y preguntando después. La pregunta que busca conocer el saber y el sentir de los
otros va creando un clima de confianza, colocándose en pie de igualdad; un
dialogar con, que no es un simple hablar a
alguien. El no comienza por
enseñar sino por escuchar y por aprender, para conocer en qué situación se
encuentran. Se acerca a ellos y les pregunta para saber por qué sus ojos están
impedidos de ver; los busca allí donde están, para luego sí, con ellos, desde
su situación, avanzar hacia una visión
nueva de la realidad.
Destacamos la actitud de Jesús como Maestro. No es
la del profesor que sabe y enseña al que no sabe, sino la del que se acerca y
se hace compañero de camino, de quien escucha y dialoga y tiene una actitud de
amigo y compañero.
A las sencillas preguntas que Jesús les hace,
ellos contestan con una larga explicación. Mientras tanto Jesús escucha, ya
escuchaba antes cuando se acercó a ellos por el camino, pero ahora sigue
escuchando atentamente la respuesta motivada por su pregunta.
·
La percepción de los discípulos
En la respuesta que dan los viajeros, se expresa
la manera como han experimentado la realidad y la percepción que tienen de
ella. No se trata de un saber especializado, técnico, sino de un conocimiento
vivencial.
Ellos han vivido el drama de la cruz, saben
quienes mataron a Jesús y cuales
intereses tenían para eliminarlo: El responsable es el poder religioso y
político, en complicidad con el poder imperial. Además, Jesús de Nazareth era
la persona en la que habían puesto todas sus esperanzas. Por eso la frustración
y el miedo que experimentan.
Su desilusión nace del hecho de que ellos
esperaban que Jesús fuese el Mesías-Rey prometido, descendiente de David,
poderoso, que liberaría a Israel de la dominación extranjera y restauraría la
nación. Esta era una de las expectativas mesiánicas predominante en tiempos de
Jesús y de la cual participaban no pocos de sus discípulos (Mt 20,20-28; Mc
10,35-40). El nacionalismo judío inspiraba también a algunos grupos insurrectos
que se levantaban aquí y allá. El Mesías
debía ser un restaurador político de la soberanía de Israel. Si Jesús
murió, y de esa manera ignominiosa, no podía ser el Mesías. De ahí su
decepción. El motivo de esa percepción es que sus conciencias están
condicionadas por la ideología dominante que no les deja ver la realidad de
manera diferente, están enceguecidos: “Nosotros esperábamos que sería él el que
iba a librar a Israel; pero con todas estas cosas, llevamos ya tres días desde
que esto pasó.”(v.21). Para ellos el Mesías sólo podía ser glorioso,
triunfante, no un Mesías pobre,
sufriente, crucificado, vencido. Esta
era la ideología dominante, anidada desde muchos años atrás en el consciente o
inconsciente de mucha gente y que impedía ver en Jesús, el crucificado, el
Mesías prometido por Dios. Es este el peso de la ideología que no deja abrir
los ojos para ver la realidad de otra manera. No perciben que con ello están
asumiendo el punto de vista y el lenguaje de los dominadores que han
interiorizado como propio.
Además, el peso de la ideología dominante,
marcadamente patriarcal y machista, no
les permitía aceptar el testimonio de las mujeres que habían ido al sepulcro
muy de madrugada, y al no hallar el cuerpo de Jesús, unos ángeles les
anunciaron que “él vivía”.(v.23). Para los apóstoles “todas estas palabras de
las mujeres les parecían como desatino, y no les creían.” (v.11).
Ahora sí, conociendo el punto de vista de los
otros, cómo percibían la realidad y el
nivel de conciencia que tenían, puede Jesús entablar un verdadero diálogo de
saberes y contrastarlos con miras a
crear un nuevo conocimiento y percepción más acorde con la realidad y los
intereses populares. Se trata de establecer una verdadera comunicación, un
diálogo que supere la unidireccionalidad y verticalidad y se dé en términos de
horizontalidad y reciprocidad. La verdad no se impone; nace de la búsqueda y del
diálogo en comunidad.
Jesús no comienza diciendo su palabra, sino
haciéndose compañero de camino, escuchando y haciendo preguntas provocadoras y
motivantes que ayudasen a los dos a expresar su percepción y
conciencia de la realidad. Ahora sí, una vez que han manifestado su manera de
entender los acontecimientos y han hecho
su análisis de la realidad y han manifestado a través de sus palabras
dónde está la razón de su miedo y de su desesperanza, de
su desánimo y tristeza, ahora sí, Jesús puede ayudarlos a cuestionar la
percepción que tienen de la realidad y a superar la ideología del fracaso y del
miedo. Jesús nos da ejemplo de una auténtica pedagogía popular que parte de la
situación concreta, de las experiencias de vida, que reconoce el saber del
otro, y a partir de ahí establece un auténtico diálogo de saberes y sentires
que lleva a construir una nueva intelección del mundo y de los hechos y a crear
una conciencia más crítica y lúcida.
·
Cuestionamiento de la ideología y una nueva luz para entender los
hechos de la vida.
“El les
dijo: “¡Oh insensatos y tardos de corazón para creer todo lo que dijeron los
profetas! ¿No era necesario que el Cristo padeciera eso y entrara así en su
gloria?” Y, empezando por Moisés y continuando por todos los profetas, les
explicó lo que había sobre él en todas
las Escrituras.” (vv.25-27).
Se llega así a un momento crucial del proceso
educativo. Jesús ha motivado la expresión de la palabra de los otros y ellos
han dicho cómo veían la realidad y exteriorizado sus sentimientos. Ahora
también él va a decir su palabra, que viene en un segundo momento del diálogo.
Jesús no llega hablando sino escuchando y preguntando. Su palabra, después de
haber escuchado es de cuestionamiento, y podríamos decir de polémica: “¡Oh insensatos y tardos de corazón para creer todo lo que
dijeron los profetas! Jesús les cuestiona la pérdida de la memoria histórica
representada en el Exodo y en la palabra de los profetas y haberse dejado
absorber por la ideología dominante. Su pensar
y manera de ver las cosas no son los de Dios, sino de los hombres, del
poder. No está dentro de la lógica de Dios, del Dios liberador de los pobres,
sino de los ídolos del poder, de la riqueza y del prestigio. Su pensar no es
acorde con el del Dios de la historia que se les ha revelado permanentemente
como el Dios liberador, solidario con los pobres y oprimidos.
Llama la atención los términos un poco agresivos
utilizados por Jesús. Podrán indicar la impaciencia que a veces se apodera del
educador ante la ceguera y el desatino
ante la realidad o también podría indicar una actitud provocativa, para
despertarlos de su inconsciencia y su falta de perspectiva ante la situación.
Una llamada de atención para que
recordasen lo que les había transmitido durante los años que estuvo con ellos.
Por eso Jesús los cuestiona su manera de ver lo
sucedido y les ayuda a comprender lo vivido con la mirada y la lógica de Dios
reveladas a todo lo largo de la historia del pueblo de Israel; les ayuda a
recuperar la memoria histórica, a ver los hechos dentro de la larga trayectoria
del actuar de Dios en medio de su pueblo, desde Moisés hasta los profetas.
Jesús les habla de la historia del pueblo al cual pertenecen pero que, por lo
que se ve, la han olvidado; Jesús reaviva la memoria subversiva del pueblo de
Israel, en la cual Dios se ha revelado. El relato del Exodo, como historia de
la liberación del pueblo de la esclavitud de Egipto y los anuncios proféticos
que interpretan los acontecimientos y la historia desde la perspectiva del Dios
misericordioso, solidario con los pobres y
los oprimidos, vuelven a ubicar a los discípulos en el recto camino. El
pasado es la clave y paradigma para interpretar el presente, desde la fidelidad
de Dios que siempre actua de igual manera sin negarse a sí mismo. Es
interesante que Jesús al quererles hacer
ver con nueva luz el acontecimiento que
están viviendo, no utiliza algunas frases o textos aislados de la Escritura sino por lo
menos dos conjuntos literarios completos del Antiguo Testamento, el Pentateuco
y los Profetas: ”empezando por Moisés, y continuando por todos los profetas, les explicó lo que
había sobre él en todas las Escrituras.” (Lc 24, 27).
Esta explicación, según el texto, debió ser un
diálogo muy largo para poder hacer el recorrido por todas las Escrituras; lo
que sí quiere mostrarles es que un hecho
en este caso la cruz no puede comprenderse aisladamente, , sino que debe ser
entendido dentro la totalidad de la historia de la salvación, dentro del
Proyecto liberador de Dios. Desde la memoria los discípulos aprenden a
descubrir el sentido de la historia como
revelación de Dios.
Jesús recurre a la Escritura sólo después
que fue colocado el problema. Antes El
no habla. Y cuando habla no lo hace para
dar una clase sobre la Biblia.
El objetivo es situar el presente experimentado por los dos caminantes dentro
del plan de salvación: “¿No era necesario que el Cristo padeciera eso y entrara
así en su gloria?” (v.26). Jesús busca hacerles comprender que lo que ha
acontecido estaba dentro del plan de Dios. La historia no se le salió de las
manos a Dios. Esta luz nueva esclarece la situación para los dos. Arranca del
presente de alienación en que se
encontraba, por una situación extraña
que ellos no comprendían, y los sacaba fuera de sí. Y ahora, haciendo
memoria de su historia, recordada en las
Escrituras, empiezan a ver diferentemente el presente que estaban
viviendo. Se encuentran consigo mismos,
con su tradición religiosa y con su cultura. Ya no interpretan la realidad con
categorías ajenas sino desde su propia identidad.
Lo que estaba matando en ellos la fe, la
esperanza, el compromiso con los otros, lo que los llevó a huir, a desanimarse,
era la cruz. No sólo la cruz, sino también las fuerzas de muerte que provocaron
la cruz. El objetivo de la intervención de Jesús, explicando las Escrituras era el lograr
transformar el signo de muerte en signo
de vida. La cruz que antes mataba la
esperanza, después de ser iluminada por las Escrituras, por la historia
salvífica en su conjunto, esa misma cruz comienza a convertirse en signo de
vida. Es éste el vuelco que quiere hacer ver Jesús: que lo que hoy es cruz,
signo de muerte, lo que mata la esperanza, debe convertirse en signo de vida y fuente de esperanza y en
un desafío para continuar el camino y
luchar para crear un mundo diferente. Jesús les hace recordar algo que ellos ya
sabían pero que habían olvidado.
En definitiva, lo que pretende Jesús con esta
iluminación desde la
Escrituras y las preguntas que El hace, es hacer experimentar
la resurrección, es decir, hacer que los dos resuciten a una vida nueva, a partir de la experiencia de que Jesús está
vivo y no quedó sometido a las fuerzas de la muerte, hacerles experimentar que
la vida es más fuerte que la muerte. El objetivo no es hacer conocer las
Escrituras sino, a partir de la experiencia que ellas narran, sentir la fuerza de vida que Dios nos
da hoy que es siempre una fuerza de liberación y de vida.
San Agustín afirmó que Dios escribió dos libros:
el de la historia, el de la vida y Las Escrituras. La historia es el lugar por
antonomasia de la
Revelación de Dios; Dios nos habla en y desde los
acontecimientos, que llegan a ser la epifanía, el sacramento de su actuar, de
su palabra. Los hechos, son los signos
de su presencia y de su voz interpelante. Se trata de interpretarlos, descubrir
proféticamente las interpelaciones de
Dios que nos hace desde los signos de los tiempos y de los lugares. Las
Escrituras son la codificación escrita
de esa historia vista como
historia salvífica desde Dios, llegando a ser, toda ella, la clave hermenéutica par sintonizar la voz
de Dios; es el vocabulario, la gramática y la sintaxis del lenguaje de Dios,
para poder captarlo y comprenderlo en su hablar cotidiano para con nosotros, en
nuestras vida y en la historia.
Jesús recurre a la s Escrituras para ayudar a los
dos discípulos a descubrir en el acontecimiento de la Cruz la revelación del amor y
la misericordia de Dios y la realización de su plan salvador.
Jesús recurre a esta única-doble revelación. Karl
Barth pudo afirmar, con razón, que un predicador debía tener siempre en una
mano el periódico y en la otra la
Biblia, señalando el binomio inseparable
vida-realidad-Palabra. Mons. Enrique Angelelli expresaba lo mismo al decir
que cada
comunidad debe tener un oído
atento para escuchar el clamor del pueblo y el otro para escuchar la Palabra de Dios. El punto
de partida es la vida, la realidad, que es iluminada, interpretada por medio de
la Palabra de
Dios, para volver a la vida y a la realidad con el fin de transformarla liberadoramente según el plan
del Dios. La Palabra
da luz para entender y fuerza para actuar.
De esta manera surgieron las Escrituras. La Palabra de Dios contenida
en las Escrituras aconteció dentro de la realidad vivida por el pueblo hebreo. La Biblia no apareció antes de
la historia. Surgió junto con ella; acontecía
en la medida en que acontecía la historia. Si Dios escuchó el clamor de
su pueblo es porque el pueblo esclavizado
gritó primero. La Palabra
aconteció junto con el grito . Cuando el pueblo clamaba desde lo hondo de su
opresión, Dios lo oyó, vió, conoció,
bajó para liberarlos, y entonces la
Palabra liberadora aconteció. Sin el clamor del pobre, la Palabra no habla, los
oídos no escuchan, los ojos no se abren.
RECUPERANDO LA MEMORIA HISTÓRICA
En la conversación que tiene Jesús con los dos
discípulos les hace un recorrido por todas las Escrituras, desde el Pentateuco
pasando por los profetas. Al hacerlo no les recuerda un texto religioso, sino
un texto que narra la Historia del Pueblo de
Israel y cómo Dios ha estado presente y actuante a todo lo largo de ella. Se
trata de una historia que comparten tanto los dos discípulos como también
Jesús-no-reconocido que se acerca a
ellos. Es su propia historia. Jesús, al hacer referencia a todas las
Escrituras, está reavivando la memoria histórica de su pueblo, su propia
historia que también es nuestra propia
historia, pues todos los creyentes somos hijos de la promesa.
La historia es parte de la propia identidad; somos
nuestra historia personal y colectiva. En el presente esta condensado todo el
pasado, lo que hemos ido siendo a lo largo del tiempo y en el espacio. Cada
momento del pasado está incluido en el hoy. De ahí que recuperar nuestra
historia con sus luces y sombras, utopías y fracasos, búsquedas y encuentros,
alegrías y tristezas, heridas y cicatrices, es fuente de identidad y de
reconocimiento.
Con frecuencia la historia que sabemos y se nos ha
trasmitido es la historia de los vencedores, de los poderosos, de los hombres
insignes, reyes, guerreros, pontífices. Es la historia vista desde los de
arriba. Pero existe la otra historia, la de los vencidos, del pueblo, vista
desde abajo, desde el revés: historia de sufrimientos, del trabajo, de sus
luchas por la libertad, de resistencia, de conquistas, de llantos y alegrías
compartidas. Nada más útil para los grupos en el poder que hacer creer al
pueblo que no tiene historia, que son un
pueblo sin raíces; hacerle olvidar su propia pasado y vivir agobiados en el
presente adverso. Nada más contrario a la causa popular que el olvido. Ayudar a
recuperar la propia historia de liberación y de utopías fue la tarea que emprendió Jesús con los dos
discípulos, ayudarles a encontrar sus raíces para que abriesen los ojos y
viesen con nueva mirada el presente.
Las Escrituras
muestran esta constante dinámica pedagógica: un permanente retorno a las
raíces, a los acontecimiento fundantes como pueblo: es la narración de
generación en generación; es la respuesta a la curiosidad de los hijos que
preguntaban: “¿Y esto Qué es? “ y los padres respondían narrando la historia
libertaria de su pueblo, como memoria y profecía de
libertad. Los profetas recurrían constantemente al pasado para poder
entender y cuestionar el presente; hacían una evocación del pasado como con-vocación para el presente
y pro-vocación para el futuro. La
referencia al Exodo como acontecimiento fundante de la fe y de la existencia
como pueblo era constantemente traído a la memoria y los salmos alababan y
daban gracias a Dios por las maravillas que había hecho a lo largo de su
historia. La narración de su Historia se convirtió para Israel en una profesión
de fe como lo atestiguan los credos más antiguos de Israel. (Dt 26,5-10; y Js
24)
Jesús, recorriendo las Escrituras remite a la
historia, a nuestra historia en la fe: el pasado explica y ayuda a comprender
el presente y, a su vez, ejemplarmente estimula el futuro. Recuerda errores
para no volverlos a cometer y trae a la memoria aciertos para que sean
asimilados.
Jesús como Maestro nos estimula también a
recuperar nuestra historia como pueblo,
a volver a encontrar nuestras raíces como fuente y garantía de
identidad, como camino para comprender nuestro presente y para imaginar el horizonte:
como memoria de futuro.
Al hacerlo Jesús trae a la memoria dos referentes
para poder entender la historia desde la perspectiva de Dios: la Pascua Judía, el
Exodo, como salida de la esclavitud y la conquista de la tierra de la
libertad y las promesas mesiánicas
hechas por medio de los profetas, y la Pascua vivida por El mismo: el paso de la muerte
en la cruz a la resurrección. “¿No era
necesario que el Cristo padeciera eso y entrara así en su gloria? Y, empezando
por Moisés y continuando por todos los profetas, les explicó (recordó?) lo que
había sobre él en todas las Escrituras.”(vv.26-27).
En las dos
Pascuas Dios se revela como el
Dios solidario de los pobres, de los
oprimidos, de los crucificados del mundo y, al mismo tiempo, como el
libertador, el defensor de los desvalidos, el vencedor sobre la muerte. Jesús
hace ver que los criterios de Dios para juzgar la historia desde los pobres son
la libertad, la justicia y la vida. Con estos parámetros hay que leer la
historia desde la fe, y desde la solidaridad con los excluidos y con ellos hay
que construir el futuro. Salida de la tierra de la esclavitud, camino doloroso
y extenuante por el desierto para llegar a la tierra prometida que mana leche y
miel; camino de la cruz, tinieblas y sombras de muerte, para hacer brillar
definitivamente la fulgurante luz de la resurrección. La Pascua judía y la Pascua cristiana,
acontecimientos fundantes de la fe y de la historia del Pueblo de Dios, han
sido y deben ser los criterios para leer
e interpretar la historia desde Dios liberador, nuestra justicia, desde
el Dios de la vida. De la esclavitud a
la libertad, de la muerte a la vida: estos son los dos contenidos y criterios
fundamentales de la fe judía y
cristiana. Son estos los dos ejes para comprender toda la Escritura y para
interpretar desde ella hoy nuestra historia.
En la Pascua
judía se proclama el NO decisivo a todas las formas de enajenación y esclavitud
y el SI de Dios a la libertad y la justicia. En la Resurrección de
Cristo se proclama el NO definitivo a
todas las formas generadoras de muerte y el SI absoluto a favor de la vida.
A partir de estos dos ejes de las Escrituras,
Jesús da una interpretación de la realidad que
cuestiona y provoca; una interpretación que les da ánimo y esperanza;
una interpretación que es realmente Evangelio, Buena Noticia que vence el
fatalismo, el sentimiento de derrota y hace renacer la esperanza.
Vale la pena destacar también la función y los límites que tienen
las Escrituras en el proceso educativo de Jesús. Ellas no son el objetivo en sí
mismas. Jesús no pretendía “enseñarles” la Escrituras. Su
objetivo iba más allá de la
Biblia, se dirige a la vida de las personas a las cuales les
explica las Escrituras. Ellas vienen a
ser un medio para ayudarles a descubrir
a Dios presente en su vida y comprender el acontecimiento que están viviendo, y
que los aflige y abruma, dentro del plan salvífico y liberador de Dios. Las
Escrituras son un medio para tal fin. Jesús no pretende darles un “curso”
bíblico, exponerles una teoría, sino con la luz que viene de ellas iluminar su
vivencia para hacérsela ver con una nueva mirada y perspectiva, la lógica de
Dios Liberador.
Hay que
destacar también, la actitud con la que Jesús aborda y acompaña a los
discípulos que van por el camino: la actitud de amigo. Jesús no se acerca a
ellos con el engreimiento de un “maestro” que sabe y quiere enseñar o corregir,
sino con la actitud de un compañero de camino, que se acerca a ellos, camina y
conversa con ellos, les pregunta, quiere conocer cómo piensan y sienten lo que
ha sucedido, y como amigo que se hace de ellos, les quiera ayudar a ver la realidad con nueva luz para que salgan
de la confusión en que se encuentran y puedan renacer a la esperanza.
Sin embargo, no obstante ese larguísimo recorrido
de toda una jornada de camino de treinta kilómetros a pie, durante el cual
quiso hacerles entender lo que estaban viviendo a la luz de la historia del
Exodo y de las promesas mesiánicas de los profetas, los discípulos continuaban
sin entender, no se les abrían los ojos, estaban en lo mismo. Aunque un poco
más adelante confesarán que “les ardía el corazón dentro de ellos cuando les
hablaba en el camino y les explicaba las Escrituras.” (v.32), sin embargo, no
logran reconocerlo.
La situación es crítica. Jesús ha hecho todo lo
que estaba de su parte para ayudarles a comprender la realidad de otra manera:
se acercó a ellos, caminó con ellos,
escuchó lo que hablaban, les preguntó lo que había pasado, los motivó
para que expusieran la manera como ellos entendían la realidad, les explicó
ampliamente las Escrituras, y, sin embargo, Jesús no alcanzó su objetivo, que
creyesen en la resurrección. Su
intención era ayudarles a que abriesen los ojos y lo reconocieran, pero no.
Todos sus esfuerzos parecen terminar en un rotundo fracaso. Los discípulos están
en la misma situación de antes.
Están llegando a Emaús y nada ha cambiado. El
miedo, la tristeza y la falta de esperanza continúan impidiéndoles enfrentar el
futuro. El proyecto de Jesús habría muerto en al Cruz. Para Jesús, al parecer,
no queda otra alternativa que seguir su camino y dejarlos en su situación. Pero
no. El verdadero educador como Jesús no puede resignarse al fracaso; tiene que
buscar nuevas alternativas, estrategias. La impaciente paciencia de la que
habla Pablo Freire, como una de las virtudes del educador, lo lleva a continuar, a intentar de nuevo, de otra
forma. Hay que reconocerlo, la
Palabra por sí sola,
les ha movido el corazón, ha despertado sus sentimientos, pero no ha logrado
abrirles los ojos, no los ha convencido.
Las Escrituras, la Palabra inflama el
corazón, pero sólo el compartir en comunión abre los ojos.
ENTRAR EN LA CASA Y COMPARTIR LA MESA
“Al acercarse al pueblo a donde iban, el hizo
ademán de seguir adelante. Pero ellos le forzaron diciéndole: “Quédate con nosotros,
porque atardece y el día ya ha declinado.” Y entró para quedarse con ellos.
Cuando se puso a la mesa con ellos, tomó el pan, pronunció la bendición, lo
partió y se lo iba dando. Entonces se les abrieron lo ojos y le reconocieron,
pero él desapareció de su lado.” (vv.28-29)
Entre Jesús y
los discípulos se ha creado una tal relación de amistad y cercanía, una
tal empatía, que habiendo llegado a la aldea y habiéndose oscurecido el día, ni
Jesús quiere dejarlos, ni ellos quieren que el amigo que han hecho en el camino se vaya, pues ya está
anocheciendo. Y ahí se da ese gesto de
insinuación por parte de Jesús: ”hizo ademán” de seguir el camino, y de acogida
y hospitalidad por parte de los dos discípulos. El se hace que sigue el camino,
pero queriéndose quedar y ellos se apresuran a invitarlo, “forzándolo”, casi obligándolo a que no se
vaya. Jesús acepta y “entra para quedarse con ellos”. Y en ese momento se dan dos gestos y signos de hospitalidad y
acogida: invitar a entrar a la casa y sentarse con ellos para compartir la
comida. “Invitar a la casa a alguien” y
“convidar a compartir la comida” son los mayores signos y expresiones de
amistad y comunión. Y esto es lo que se ha dado “entre tanta insistencia y tan
poca resistencia”; el encuentro que se había dado y la amistad que se había
creado, llegan a su clímax “en la casa” y “al compartir la comida”.
Llegamos así al corazón mismo del relato hacia el
cual convergían el camino andado y del cual brota la transformación que se
opera en los dos discípulos: ”Cuando se puso a la mesa con ellos, tomó el pan,
pronunció la bendición, lo partió y se lo iba dando.” (v.30).
Nos encontramos ante un acto de la vida cotidiana
de un hondo sentido antropológico, cultural y teológico.
·
Cuando una persona come, no se trata de un mero hecho biológico o de la
satisfacción de una necesidad fisiológica, sino también de un hecho con un gran
sentido antropológico y cultural. Los antropólogos y estudiosos de la religión
reconocen unánimemente que el comer y el compartir la mesa tienen una función
central en toda cultura y vivencia religiosa.
“En todas las sociedades, ya sea simples o
complejas, el comer es la primera forma de iniciar y mantener relaciones
humanas.....Cuando un antropólogo descubre cuándo, dónde, y con quién se come
el alimento, puede deducir ya todas las demás relaciones entre los miembros de
esa sociedad....Conocer qué, dónde, cómo, cuándo y con quién se come es conocer
la naturaleza de esa sociedad”. ( P.Farb / G. Armelagos. “Cunsuming passinos: The Anthropology of Eating”, Boston, pág. 211.
Citado por Rafael Aguirre, “La mesa
compartida. Estudios del NT desde las ciencias sociales”, Sal Terrae, Santander, 1994, pp.26-27).
La forma de comer, vincula, en efecto, con el
propio grupo y con su historia, sobre todo vincula íntimamente con la casa, con
la familia, con las amistades y tiene una fuerza enorme de evocación de
vivencias íntimas y primigenias. Hay alimentos, rituales y costumbres que
llegan a ser emblemáticos de un grupo social y que no pueden faltar en determinadas
celebraciones colectivas. Todo proyecto de recuperación étnica y cultural tiene
una dimensión gastronómica, que se puede expresar tanto en clave religiosa como
en clave secularizada. La mesa y los alimentos compartidos expresan y vigorizan
la amistad, el encuentro, el diálogo, la
comunión, promueven la solidaridad de grupo.
·
Viniendo al mundo judío, no hacemos un recorrido a todo lo largo del
Antiguo Testamento, donde hay una referencia a la comida y al banquete, como
símbolos y expresiones de la Alianza
entre Yahvéh y su pueblo. Baste recordar la celebración de la Cena de la Pascua como memorial de la
liberación de la esclavitud de Egipto alcanzada (Ex 12,1–11.14; 21–28), y el
anuncio del Banquete escatológico, signo de la llegada del Reino de Dios. (cfr.
Is 25,6-8). Otros muchos motivos
bíblicos están relacionados con el banquete escatológico. Por ejemplo los textos en que la Sabiduría invita al
Banquete que sacia plenamente: (Pr 9,2-5; Eclo 24,19-22). También el Salmo 23
cuando afirma que Dios es el pastor que conduce al justo a praderas de hierba
verde y a las aguas del reposo y le prepara una mesa rebosante. De la misma
manera, el nuevo David conducirá a su pueblo al buenos pastos (Ez 34,14.23). En
Is 55,1-5 se convoca al banquete del nuevo David; y se espera que en los
tiempos escatológicos los siervos de Dios comerán, beberán y se alegrarán,
mientras una suerte totalmente distinta aguarda a los idólatras. (Is 65,13–14)
·
En el Nuevo Testamento se alude al Banquete mesiánico en varios lugares
como signos de la llegada y la presencia
de los tiempos escatológicos, del Reino de Dios. (Mc 14,25 = Mt 26,20 =
Lc 22,16.l8.30; Mt 8,11-12 = Lc 13,28-29; Lc 6,21 = Mt 5,6; Lc 14,15-24 = Mt
22,1-14; Lc 12,37; Ap 3,20; 19,9)
·
En el judaísmo del siglo I encontramos una estrecha relación entre compartir la comida y la separación del
cuerpo social israelita respecto a los
pueblos paganos. La circuncisión, el sábado y las normas alimentarias (Lv
20,24-25) pretendían separar el pueblo judío de los demás pueblos. Las tres
cosas suponen un corte (en el cuerpo, en
el tiempo y en las relaciones con los demás y con la naturaleza,
respectivamente).
La mesa era el centro de la casa, y hospedar a
alguien era, ante todo, comer con el, invitarlo a la mesa. Hospedar en casa a
un extranjero, o comer con un pecador (no observante de la ley, del culto)
significaba incurrir en impureza y desafiar el orden social de Israel.
En este contexto de segregación y exclusión en el
que comer con los paganos o los pecadores era incurrir en la impureza y
excluirse también socialmente, Jesús rompe, en nombre de Dios, con las
convenciones establecidas y con el orden social imperante. No lo hace
simplemente como expresión de rechazo a la Ley o al sistema social, sino
que plantea, en nombre de Dios, otra
visión de la sociedad y unos valores
alternativos. Propugna por la acogida e integración en el Reino de Dios,
simbolizado en la casa, la acogida y el compartir la comida, a todos los que
son excluidos y discriminados por una sociedad intolerante, legalista y
ritualista.
Fray Antonio Saraceno O.F.M.C.